"Comenzar a escribir, así, sin más... sin pensar en las consecuencias, sin detenerme a reflexionar, poner mi vida entera en el papel impreso, mis sueños y sangre plasmados. En fin, basar mi existencia con sus reticencias y dudas, con sus alegrías, lágrimas de dolor y vergüenza, con todo lo que deseo y no tengo, basarlo todo, como he dicho, en una historia parpadeando sospechosa desde un estante..."

-Salvastar.

jueves, 3 de marzo de 2011

Inicio II

Como entre sueños le pareció oír a su madre hablándole.
-Los hombres, Rosita, nunca confíes en ellos, mira que aquí sólo ellos mandan, sólo ellos gritan. Pero llegará el día en que nosotras seremos más importantes que ellos y de nosotras dependerán cosas nunca vistas... Tan bien que estás así de muchacha, por eso no confíes en ellos. Mira cómo me va con tu padre ¿Crees que ésto es vida? No... Rosa, piénsalo, piénsalo muy bien.
Los recuerdos se hacían borrosos en la mente de Rosa. Por un momento regresó al pasado y se vió a sí misma caminando con otras mujeres jóvenes, algunas de ellas sus amigas, hasta una prima hiba ahí. Los caballos hiban al frente, los hombres las llevaban quién sabe dónde. Hablaban de un gran caudillo, de la revolución. Ella no entendía nada de éso, pero era más que evidente que no lo hacían por una buena causa, pues se dedicaban a saquear y matar en los pueblos que pasaban. Ellos se hacían pasar por buenas personas, leales y valientes cuando se cruzaban con alguna cuadrilla. ¿A quién creerle? El hombre que la había sacado de su casa la vigilaba siempre.
-Él mató a mis hermanos...- Se repetía Rosa con tristeza.
Lo único que le quedó de ellos fue un cascabel de plata, redondo.
-Pobrecitos- Pensó- no tenían ni diez años... ni siquiera estaban bautizados.
Sus hermanos menores tenían cuatro y seis años, pero por azares del destino no habían sido bautizados... tan lejos que vivían ¿qué sería de sus pobres almas?
El sol ardía inclemente sobre sus cabezas y no sabían qué lugar era ése.
De pronto comenzaron los síntomas, la náusea la invadió y se detuvo, arqueándose. Su prima la alcanzó y se agachó a verla.
-Rosa... ¡Rosa! ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?- La cara polvorienta de su prima estaba muy cerca de la suya.
-Creo que estoy embarazada...- Contestó en un susurro, a la vez que veía colgando de su cuello el pequeño cascabel.
Los recuerdos tristes se hacían presentes con la fiebre, y Rosa permaneció así un buen tiempo.