"Comenzar a escribir, así, sin más... sin pensar en las consecuencias, sin detenerme a reflexionar, poner mi vida entera en el papel impreso, mis sueños y sangre plasmados. En fin, basar mi existencia con sus reticencias y dudas, con sus alegrías, lágrimas de dolor y vergüenza, con todo lo que deseo y no tengo, basarlo todo, como he dicho, en una historia parpadeando sospechosa desde un estante..."

-Salvastar.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Conejos.

Conejos.


La noche correspondiente a mi cumpleaños número dieciocho fue el inicio de un sinfín de pesadillas. Comenzaban al caer las sombras sobre la casa, sobre el campo. Venían a mí primero arrastrándose y finalmente saltando. Creo que nunca tuve pesadillas tan horribles antes, no que yo recuerde. Antes casi nunca tenía pesadillas o sueños de cualquier tipo. Mamá me decía que era tan tranquila, quieta y callada como la estatua de un ángel en la Iglesia. Mamá decía que tampoco hablaba mucho porque aprendí tarde a hablar. La verdad yo no me acuerdo de cuando era niña pero si de algo estoy segura es de que cada año al cumplir yo uno más en mis sueños aparecía siempre lo mismo, la escena de una fiesta infantil casi sin niños, el pastel que me hacía año con año mi abuelita y yo, siempre sentada en las piernas de un conejo gigante de ojos inexpresivos y una sonrisa pintada en la máscara rígida y rosada, a veces blanca. Conejos, siempre conejos. Era algo que me inquietaba pero no pasaba de ahí. Esa noche cuando al fin era mayor de edad me di cuenta de que no había sido una fiesta "normal" algo había faltado. De hecho había faltado desde que cumplí algo así como ocho o nueve años. Ya no habían venido los conejos pero como siempre los soñaba justo esa noche la verdad nunca lo había notado. Pero como dije esa noche comenzó mi infierno. Justo cuando quedé dormida, segura de que lo que aparecería en mis sueños sería al conejo de mis antiguas fiestas apareció frente a mí una niñita, sentada en las piernas de un conejo gigante. La niña me miraba fijamente, con una mirada muy aguda, penetrante, como queriendo decirme algo, pero ella no podía hablar. Tampoco se movía. Yo sólo estaba ahí, de pie, frente a ella, viendo cómo sus ojos comenzaban a transmitir horror, como si pidiera auxilio de algo o de alguien. Yo me moví, acercándome para ver lo que le pasaba porque aunque había algunos niños y adultos alrededor, nadie notaba la desesperación de la niña. En cuanto yo me acercaba el conejo volvió bruscamente su mirada vacía hacia mí, casi emanando maldad pura. Nunca vi a un conejo gigante con expresión tan horrible, nunca. No era como si su rostro fuera terrible con ojos rojos o dientes filosos, era que el conejo emanaba la maldad en una sensación nauseabunda que se perdía en su mirada oblicua, en la máscara inexpresiva, en el cuerpo cubierto por el disfraz. Me dio miedo. Tanto miedo sentí en ese momento que quise que mi corazón dejara de latir por unos instantes para desaparecer y que el conejo volviera a ignorarme, y en eso yo dejaba a la niña justo donde estaba, sentada en el regazo del infernal personaje que volvía a actuar como siempre, llamando a los niños y consintiendo a la festejada que volteaba hacia mí con una mirada de desconcierto y terror. Esa noche no pude ayudar a la niña y cuando desperté me invadió una terrible sensación de soledad, asco y abandono. Además seguía  asustada. Me consoló la idea de que ese sueño sólo venía a mí en la noche después de mi cumpleaños y luego hasta el año siguiente. Pero ésta vez no fue así. La siguiente noche, en cuanto me fui a la cama en lo que pareció sólo un parpadeo ya estaba de nuevo en la vieja sala, había una fiesta nuevamente, los niños corrían de un lado a otro gritando, multiplicando su número sólo aparentemente porque eran pocos, los adultos conversaban y se escuchaba de fondo una canción infantil y cursi en las notas de un piano. En el sofá estaba la misma niña, sentada sobre las piernas de un conejo enorme, parecía buscar con su mirada a alguien en específico. Una sensación helada se apoderó de mí cuando sus ojos se posaron en los míos, mirando fijamente, con atención, con miedo, horrorizados, como clamando ayuda, sus ojos casi me gritaban y automáticamente avancé hacia ella pero no bien había dado tres pasos el conejo volvió su mirada vacía y horrorosamente inexpresiva hacia mí. Quise tragar saliva pero mi boca y garganta estaban secas. Mi corazón parecía ahora tener taquicardia, la mirada de la niña me suplicaba ayuda, ella no podía hablarle al resto, simplemente sus labios no se separaban y aunque su cuerpecito temblaba ligeramente nadie parecía darse cuenta. Tenía que ayudarla. Intenté moverme pero la mirada del conejo parecía manifestarse con mayor fuerza, casi violenta, con una crueldad increíble para el personaje que interpretaba, con tanta frialdad remarcando su apariencia degenerada que no sólo no pude ayudar a la niña que siguió sentada sobre las piernas de la espantosa criatura sino que me desperté con tal sobresalto y tal sensación de asco que me precipité al baño, presa de un vómito convulsivo.  Aún después de vomitar las náuseas seguían en mí, no sólo en mi estómago pues mi cabeza se sentía más asqueada aún. El resto de la noche no pude dormir. Sobra decir que las noches siguientes estuvieron plagadas de la misma pesadilla, a veces con conejos diferentes pero todos igual de siniestros. Todas las noches tenía que ir a vomitar a tal grado que decidí guardar un recipiente en mi cuarto por si no alcanzaba a llegar al baño. Yo ya no quería dormir, dormir era sinónimo de horror, de algo que simplemente ya no podía soportar. Decidí no dormir. No se lo comenté a nadie porque no suelo hablar mucho con los demás y no quería que se preocuparan, mucho menos que se molestaran. Sólo decidí no dormir. Permanecí vestida y con los zapatos puestos pero sin abrigo alguno para ahuyentar el sueño, leyendo en el escritorio de mi cuarto con la lámpara de mesa encendida, así si alguien entraba o me cuestionaba podría decirle que tenía tareas o que estudiaba o cualquier cosa por la que no podía ir a dormir en ese momento. Ciertamente me sentía cansada, pero era mayor el miedo de ir a dormir que mi cansancio. La noche parecía alargarse de manera increíble. Amaneció y yo estaba rendida, pero aún segura de no querer dormir nunca más. Pasó otra noche que pareció durar un siglo y otra noche en que sólo de ver mi cara demacrada y ojerosa sentía aún más jaqueca. Mamá me preguntó si pasaba algo porque actúo raro y me veo mal. Le dije que sólo había estudiado mucho, que tal vez me había forzado demasiado, así que habló por teléfono  a la escuela diciendo que faltaría. Insiste en llevarme al doctor. Le dije que sólo necesitaba descansar y es la verdad, sin embargo tenía tanto miedo a dormir que mejor me puse a ver cualquier cosa en la televisión. No me di cuenta del momento en que caí fatalmente dormida sobre el sofá que aparecía en mis sueños, en la misma sala viejísima un poco cambiada. Cuando abrí los ojos yo estaba sentada sobre las piernas del conejo gigante. Inexplicablemente yo tenía el aspecto de una niña y al ver al orejón personaje el pánico se desató en mí, yo lo recordaba,  me acordaba de él, del conejo, casi cada año el conejo iba y cuando nadie miraba él me tocaba en partes que no debía, yo sabía, yo me acordaba de que el conejo me había hecho cosas horribles y de que su espantosa mirada ocultaba a alguien mucho peor tras la máscara plástica y ambigüa . Necesitaba ayuda, buscaba con la mirada a mi mamá pero ella atendía con diligencia a los invitados, buscaba a papá pero él no estaba, a alguien, quien fuera para que me ayudara y de pronto ahí estaba, esa chica que parecía darse cuenta de lo que me pasaba, yo la miraba con insistencia pero ella sólo estaba ahí, igual de horrorizada que yo, parecía querer acercarse pero de pronto se paralizaba, yo comenzaba a temblar y ella también. No se podía hacer nada. No podía gritar. No podía hablar. Tampoco me movía. Estaba sola. Estaba yo sola con el conejo gigante, cuya mano se escabullía furtivamente y con maña entre mi amplia falda de ridículos holanes, alcancé a ver algo, un tatuaje bajo parte del guante del conejo, un escrito en inglés que citaba “Sweet Bunny Child” en letras pequeñas, simulando una pulsera. Se escuchó un grito estremecedor y desperté saltando fuera del sillón, gritando aún más, tropezando con la mesa de centro y otros muebles. Afortunadamente no había nadie en la casa, mamá había salido a comprar ya que yo dormía. Acomodé todo lo mejor que pude con una idea fija en mi mente, acompañada de una imagen. En cuanto todo estuvo en un orden razonable subí a la habitación de mis padres y saqué un viejo álbum fotográfico. en una de las fotografías se podía ver al tío Billy con varios  compañeros de su clase en el día de su graduación, todos ellos sonriendo a la cámara y formando una “v” con los dedos, en la muñeca del tío Billy se podían ver las letras “Sweet Bunny Child” tatuadas en letras apenas visibles, lo terrible era que las mismas letras se podían apreciar en varios  de los compañeros del tío Billy, en algunos se veían veladamente, como asomándose y en otros de forma nítida, sus rostros se deformaron en máscaras de apariencia inexpresiva que se tornaban burlonas  y diabólicas. Me guardé la foto. No hay de otra, no hay más remedio, tengo que terminar con ésta pesadilla, la muerte del tío Billy debe parecer un accidente, es la única manera, de otro modo si me atrapa la policía no podré acabar con este infierno, lo único que quiero ahora es acabar con el conejo… matar a todos los malditos conejos.





viernes, 4 de noviembre de 2011

Mariposas de Cristal.- Capítulo 1 3/10

-¡Marina!- Gritó una y otra vez- ¡Marina!
Una de las ventanas se abrió apenas, dejando salir una voz conocida.
-¡Ya voy!
La ventana se cerró y unos instantes más apareció Marina, también con el uniforme, cargando una mochila roja. Su cabello era corto y opaco.
-Se ve que se metió el agua a tu casa- Comentó Lay en cuanto Marina estuvo cerca- Deberías arreglarla o irte a vivir a otro lado.
-Sí, se metió el agua, anoche no dormí por las goteras- Dijo la chica comenzando a caminar con sus primas- El problema es que es la única herencia de mi padre y como no hay de dónde agarrar, no puedo ni arreglarla, bastante tengo con vivir ahí.
-¿Piensas seguir aguantando ésto? Todas tus cosas son un desastre y se están echando a perder, deberías ser más responsable- Eli era consciente de que Marina la veía a ella como un rival y por esa razón le era fácil  molestarla con comentarios simples.- Piensa en tu futuro, eres mayor y no cuidas ni siquiera tus reliquias, no sé ni porqué las tienes.
-Porque yo no soy un caso perdido como "otras"- Replicó ésta mientras pasaba el brazo alrededor de la cintura de Lay.
Eli notó el tono sarcástico de su prima y soltó una breve carcajada.
-Al menos no debo empezar desde cero- Y agregó mentalmente, sabiendo que su pensamiento llegaría a la persona destinada- Como "otras" y ni tú ni yo hemos despertado. Eso es todo.
Sus miradas al cruzarse expresaban sus sentimientos, los de Marina eran de envidia y hostilidad mientras que Eli, jalando a Lay para sí la miraba con su toque clásico de cinismo. Lay por su parte había decidido no abrir la boca por ésta vez, ella sabía que cuando se trataba de discutir por algo entre sus primas hasta ella misma pasaba a ser parte del "territorio", además evitaba meterse con Marina, ya bastantes bromas le había hecho ella y sabía que entre las personas capaces de hacerle daño estaba Marina, aunque aparentara amistad, por lo que la chica prefería llevar las cosas en un buen plan para su propia conveniencia.
Conforme se acercaban al pueblo las casas de distintos colores abundaban cada vez más. La gente había olvidado el típico blanco en sus paredes y ahora preferían los colores vivos.
El bachillerato quedaba lejos aún. Era una escuela un tanto grande, asentada sobre una colina de la cual partía el terreno para los llanos verdes. Las chicas caminaron cuesta arriba, Eli aún sosteniendo la mano de Lay. El resto del trayecto lo habían hecho en silencio, un silencio incómodo y pesado para Marina y Lay, no así para Eli quien seguía sonriendo para sí, escudándose bajo su actitud relajada. Se acercaron al portón y vieron el papel con la lista de nombres pertenecientes a nuevo ingreso y el salón al que habían sido asignados. Marina las miró con impaciencia.
-¿Sabes qué, Lay?- Dijo al fin- Mejor nos vemos a la hora del receso ¿te parece?
-Está bien- Accedió la chica.
Marina le dio una palmadita en el hombro antes de abrirse paso con su sola presencia entre los alumnos que entraban deprisa.
-Algo trama- Dijo Eli mientras su dedo índice se deslizaba sobre la lista de aellidos- Ella nunca es amable ¡Qué casualidad! Seguro ahora ella quiere ser popular colgándose de ti.
Para Lay eso carecía de sentido ¿no era Merina lo suficientemente popular ahora? Antes de preguntarle siquiera, Eli leyó su pensamiento.
-Popular por romper narices- Contestó y comenzó a reír por lo bajo.
-Eso no es gracioso.
-Y popular por aquélla vez en que se disfrazó para ir a un baile y mientras bailaba en el centro se le abrió el pantalón de la parte trasera. ¡Qué oso!... creo que hasta llevaba puesta una tanga roja.
Mientras Eli reía con más ganas, Lay recordó la ocasión. Era cierto, se hizo muy popular por eso e hizo un gran ridículo, pero a ella más bien le parecía trágico, carecía del humor negro y corrosivo de su prima, además había notado que a partir de ahí Marina, quien le había echado la culpa de todo a su figura decidió ponerse a dieta, una dieta que para su punto de vista le había hecho más mal que bien. Incluso el tamaño de su busto había disminuído y su piel lucía seca. No se dio cuenta de a qué hora había dejado de oírse la risa de Eli y sólo cuando ella posó la mano encima de su cabeza preció volver a la realidad.

sábado, 29 de octubre de 2011

Mariposas de Cristal.- Capítulo 1 (2/10)

Mariposas de Cristal. Capítulo 1.- El Espejo de Nuestro Señor Está Roto.


Siempre se arreglaba casi igual aunque a veces accedía como marioneta a que su prima Lay la peinara y maquillara, normalmente lucía siempre igual. El cabello negro semilargo atado con una liga, la cara lavada y sin gota de pintura, quizás sólo un poco de crema. Su piel blanca era extraña entre las mujeres del clan. Sus rasgos no eran muy finos pero tampoco toscos. Insistía en su propia mirada frente al espejo.
-¿Listo, Delel?- Dijo para sus adentros, cerrando los ojos.
Una voz grave y profunda se removió dentro de ella y se escuchó en su cabeza, clara y vibrante.
-Por supuesto, mi Señora.
La presencia de Delel parecía  estar quieta más o menos en el centro de la habitación. Eli abrió los ojos con una leve sonrisa. Se volvió y miró a su alrededor. Todo estaba en un orden casi total, el librero estaba repleto pero bien compuesto, sólo la cama deshecha y la piyama denotaban que alguien había dormido ahí. Delel, su protector y esclavo estaba de pie, invisible incluso para ella misma, sin embargo ella era consciente de su presencia y ubicación.
La casa en que vivían ella, su madre y su hermano era más bien pequeña, por eso tenía una segunda planta para compensar el espacio. Los muros blancos y ventanas curiosas además de la teja roja dejaban entrever que ésa era un remedo de la Casa Grande, del Clan de las Lucero, incluso tenían una huerta, sólo que no era de ciruelos como en la casa de las abuelas, sino de limones.
El ambiente era fresco y el sol luchaba por salir de entre las nubes grises. Eli bajó a la cocina y desayunó lo de siempre desde que le entraron aires de escritora, es decir, una taza de café con pan tostado. No se despidió de nadie, a ésa hora su hermano hacía la maleta y su madre aún estaba durmiendo, así que de un frutero de mimbre tomó una manzana, la echó en una bolsa de la mochila y salió al patiecito de atrás de su casa en donde estaban una pileta y un lavadero bajo un techo provisional. Más abajo, en desnivel se encontraba otra casa, pertenecía a sus tíos y era en donde vivían dos de sus primas y dos primos a los que ella dejaba en el plano de "inadvertidos" debido a su actitud detestable de ignorar a los varones, misma que había heredado seguramente de su abuela Rosa-Esther. Las casas eran separadas por el breve patio y una bardita de piedra con sus respectivas escaleras sólo frecuentadas por sus primas. Eli se asomó  y vio todas las luces de la casa encendidas debido al miedo sin sentido que experimentaba su tía en la penumbra.
-Debe ser su conciencia- Pensó la chica, mientras lanzaba un silbido agudo al viento.
Gisela, la madre de Eli escuchó el sonido atravesando el cristal de la ventana y, sin ponerse los zapatos se asomó, sólo cubierta por un camisón. Abrió la ventana, sintiendo el frío.
-¿Todavía no está lista tu prima?- Preguntó entre bostezos.
-Ahora sale- Aseguró Eli.
La puerta de la otra casa se abrió de golpe y de ella salió una joven delgada, de cabello y ojos oscuros aunque no precisamente negros del todo, su piel era trigueña y vestía con el típico uniforme escolar del bachillerato al igual que Eli, sólo que en su caso la falda había sido acortada adrede para mostrar las piernas. De su hombro colgaba un bolso grande que ella usaba normalmente como mochila.
-Lay...-La voz de Eli era firme y un poco grave- Date prisa.
La chica subió rápidamente las escaleras, reuniéndose con su prima. Se despidieron con la mano de Gisela quien se había quedado observando y se dirigieron a la escuela. Parecía que el sol ganaba por momentos la batalla a las nubes, creando un amanecer extraño. Caminaron por una vereda húmeda por la lluvia que había caído en la noche, cuidando de no resbalar. Mientras avanzaban en silencio Eli recordó su primer día de clases en la secundaria. Ciertamente su apellido le había causado problemas y disgustos debido a la imagen que la gente tenía sobre las mujeres de esa familia, por eso imaginó que ahora podía ser peor. Por otra parte las escuelas del pueblo siempre les habían quedado lejos, pero ése no era el problema, al menos para Elizabeth Lucero, quien parecía inquebrantable en su objetivo de estudiar en una Universidad algún día, aún en contra de la tradición familiar. Su prima Lay por su parte no parecía destacar mucho, salvo quizas en el plano artístico, específicamente en dibujo. Hacía tiempo que dibujaba. Eli la podía recordar de muchas maneras, pero especialmente la recordaba riendo, durmiendo o dibujando en su "block secreto". Dibujaba bien, por lo demás no contaba con notas sobresalientes o diplomas, sin embargo tenía otro punto a su favor: era bonita y encantadora, por lo tanto era popular o, al menos, era la persona de la familia con más aceptación por parte de las otras personas del pueblo.
El suelo estaba lodoso pues aún no llegaban a las calles pavimentadas.
A un lado del camino se encontraba una casa antigua y en mal estado con sus paredes enmohecidas y un jardín casi salvaje que lo invadía todo, salvo el caminito empedrado para salir hacia la calle. Las chicas se detuvieron.
-¿Ya se habrá ido sin nosotras?- Preguntó Lay acomodándose mejor el bolso.
-No sé, grítale tú por favor- Contestó Eli ocultando una expresión agria ante la idea de ser acompañadas por la chica que vivía en aquélla casa.
Lay se acercó a la reja húmeda y oxidada.

Continuará...

miércoles, 26 de octubre de 2011

Mariposas de Cristal.- Capítulo 1 (1/10)

Mariposas de Cristal.- Capítulo 1 El Espejo de Nuestro Señor Está Roto.

La situación era extraña. Eli se quedó en la puerta, sosteniendo aún la manija. No podía pronunciar palabra, un profundo asco comenzó a apoderarse de ella y lo único que atinó a hacer fue pensar en alguna maldición para  el mal momento, pero eso era mayor a lo que hubiera imaginado, para ella no había maldición equiparable. Su madre desde la cama en la que había un desconocido desnudo le hizo señas un tanto indiscretas indicándole que se fuera. Para fortuna de la niña el hombre no volteó a verla en ése momento. Ella se quedó inmóvil un instante más y luego desapareció de ahí, cerrando la puerta detrás suyo. Sus sentimientos eran un torbellino, estaban mezclados y otros resultaban contradictorios. Quería vomitar, gritar, correr, golpear o simplemente escribir toda la tarde y la noche. Parecían volver a su mente las palabras de sus abuelas una y otra vez, repitiéndose, una tras otra , diciéndole que eso era normal, que la ventaja la sacaba su madre pues ya no tendría que trabajar ni pasar privaciones, sacaría ventaja para la familia, incluso, si se ponía lista podría vivir como reina, pero ella no estaba conforme, porque eso ...¿no equivalía a...?
En ese instante sonó la alarma del despertador, sacándola de golpe de su pesadilla, justo a tiempo para el primer día de bachillerato, justo a tiempo también antes de que ella terminara la pregunta.
Elizabeth se levantó de inmediato, recordar ésa pesadilla recurrente le molestaba, sobre todo después de comprobar que el poder de su madre no había sido tan fuerte a pesar de todo y había resultado en lo que resultó. Odiaba admitir que había tenido miedo y odiaba ser parte de ese pasado. Recordó cómo su madre le había pedido perdón, pero eso a ella no le había bastado y ya nada se podía hacer salvo hacerse más fuerte para que nadie intentara siquiera hacerle daño, fuerte para que nadie pudiera dominarla y así alcanzar todos sus propósitos.
Mientras se arreglaba pudo escuchar la música de su hermano apenas audible, al parecer él ya se había despertado antes pues tenía que viajar hacia el trabajo ahora que él era el soporte económico de la familia. Eso también había sido impuesto por las abuelas, Oscar, como todos los hombres de la familia debía trabajar para mantener a sus madres o hermanas. Aunque eso no tenía del todo conforme a Eli por otra parte la tenía fascinada porque las órdenes de las Mayoras no se podían cuestionar por cualquiera y además a ellas no las podía odiar sino todo lo contrario. Entre las abuelas y Eli había un vínculo afectivo muy fuerte, incluso ella fue elegida como una de las consentidas para ocupar el lugar de alguna de las Mayoras, por eso si sus abuelas decidían algo, ése algo se debía hacer.
-Ni modo, a trabajar hermano- Susurró Eli calzándose un zapato.
Cuando posó su mirada al frente se quedó pensativa un momento, apretando un poco los labios. Cavilaba sobre lo que su hermano ignoraba, presentía pero nunca confirmaría con claridad. Era injusto, por una parte, dejarlo en su ignorancia, pero por otro lado sabía por experiencia de una prima que los hombres de la familia tenían formas extrañas de reaccionar. De sobra lo sabía.
-Es mejor que nunca lo sepa- Concluyó en su propio pensamiento y continuó en su arreglo...

Continuará...

miércoles, 19 de octubre de 2011

Si yo muriera ahora.

Y si yo muriera ahora
¿qué pasaría? Se acabaría el sufrimiento,
ya no más demora,
bienvenido sea el descanso,
que empiece la agonía...
Pero a pesar de todo, amor mío,
no quiero morirme así.
Tus besos me llevaría,
pero no puedo morir así
y dejarte triste y sola,
desamparada.
Porque mi amor es luz,
calor, una llamarada
y el mismo fuego me anima 
a continuar contigo, 
mi noche, mi sereno,
a pesar de cualquier emboscada.
Mira que he tenido
que luchar con tus demonios,
que he dispersado muchos
de nuestros temores
y que más de una vez hemos sido,
absolutamente, el más grande
de todos los amores.
Y si yo muriera ahora,
justo cuando cuento contigo,
ni yo mismo me perdonaría,
vagaría entre los mundos
hasta encontrarte
y no descansaría 
ni dormiría profundo
hasta volver a tocarte.
Ven a mis brazos,
amor mío, mi lucero,
tan sólo un instante,
que la noche avanza 
y mi muerte se acerca,
sé tú mi consuelo, 
mi aliento divino,
toda mi alegría.
Déjame estrecharte,
no mires la hora,
hoy vivo, mañana...
¿quién lo sabría?
Sólo quiero estar contigo,
olvidar sin demora,
sacarme la idea estúpida
se saber qué pasaría contigo
si yo muriera ahora.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Vela.

Hay frío en mi alma,
tirita mi corazón
ansiando vislumbrar una estrella
que, solitaria como yo,
brille como esperanza única
en el cielo negro,
amenazante.
Que siento por un instante
que el mundo se vierte
encima mío,
que al mismo tiempo 
en que sonrío,
la vida misma me grita
"¡Hipócrita! ¡Cobarde!"
que es mi sendero sombrío
y el frío me cala
los huesos cansados
mientras busco
la estrella perdida
en el cielo inmenso
de una vida vacía.
Objetivos más ya no quedan,
de deseos imposibles
lleno está el cuerpo,
pero...
¿A quién le importa?
Son sólo eso.
Tirita mi alma,
corazón herido, sangrante,
acomplejado...
congelándose solo,
abandonado.
Hay frío en mi alma
pero ni la Luna me consuela,
sólo queda una pequeña luz
(perecedera)
que me alumbra
mientras dura mi condena,
¿será mucho?
¿poco tiempo?
Espero sólo
a que se apague 
la vela.

jueves, 18 de agosto de 2011

Del diario de Guadalupe Lucero.

"Tengo imágenes vagas en la cabeza, ya de la guerra, ya de mi madre... ya de ti. A veces entre tú y mi madre tengo suficiente..."
                            -Salvastar


Un día, hace ya más de cinco años Nazario me preguntó si no "tocaría" a alguien. Apenas había llegado a éste lugar y no tenía indicios de poder hacerlo. Nadie quería decirme cómo podía hacerlo. "Se te acaba el tiempo" me decían. Tal vez Nazario ya tenía la sensación, el presentimiento y yo no me daba cuenta. Pensé que lo único que me quedaba a través del tiempo era poder hablar con los nahuales ¿qué otra cosa podía hacer? Nazario se fue a vivir un tiempo al Distrito Federal pero cuando comenzaron los preparativos de mis quince años regresó. Me dio la impresión de que lo hizo dolido y después supe el porqué. Lamentablemente la fiesta fue de lo peor. Yo ya sabía que el sacerdote no había aceptado hacernos la Misa por tanta "amancebada" como les dicen a algunas mujeres de la familia. Algunas primas ya se habían alegrado, seguro daban por hecho que yo no lograría tocar a alguien. Lay, siempre a mi lado, arreglándome el cabello y Eli ¡Cómo olvidarlo! con los ojos brillantes, al fin era una fecha inolvidable. Sí que lo fue. Todo sencillo, sólo la familia. Fotos en todos lados, yo sola, todas juntas y luego comimos. Se hizo tarde y el mezcal seguía presente en los vasos de los mayores, fluyendo como si fuera agua. Fue entonces que llegó el desastre que cambió mi destino. Un hombre que yo no conocía me insultó por un comentario tonto, me dijo que si yo no estaba contenta, él se encargaría luego de "consolarme". Lay se levantó y le echó el vaso de refresco encima, Nazario lo levantó de la camisa y comenzó a reclamarle, Eli lo miraba con odio. Yo salí de ahí, roja de furia seguida por las miradas burlonas de algunas de mis primas. Fue entonces que tropecé con un tío, Teo. También estaba borracho. No recuerdo exactamente qué sucedió, sólo pude sentir sus manos entre las mías y ver su rostro de ojos llorosos. "Yo por ti, Jesucita..." dijo y después se fue. Escuché la voz de Nazario a mis espaldas "Lupe ¿qué has hecho?" .Supe entonces que lo había tocado, que ahora él me serviría, que el don había despertado. Al día siguiente nos llegó la noticia. Teo le había dado un machetazo a ése hombre. Porque yo se lo ordené. Lo había herido, pero no matado como imaginé que le había dicho. No sé si fue correcto, elegirlo a él como Familiar, Nazario me había dicho que él estaba dispuesto pues deseaba pensar en "alguien más", al parecer quería olvidar. Recuerdo ésto justo después de cinco años porque ahora Teo ya no está, tan preocupado por servirme que vivió y Nazario, que se ofreció a sí mismo vive ahora sólo para Lay, pero ésa es otra historia, la cual pertenece a mi hermana.